La Casa Blanca ha dado un paso sin precedentes al abrir su sala de prensa a creadores de contenido digital. La portavoz Karoline Leavitt anunció el martes 28 de enero que influencers, podcasters y blogueros podrán solicitar credenciales de prensa para cubrir la actualidad presidencial de Trump. Esta decisión marca un cambio en la relación entre el poder político y la prensa, con las redes sociales consolidándose como espacios clave para la información y el debate público.
No obstante, el papel de los influencers en la política no es nuevo, pero su presencia en espacios oficiales como la Casa Blanca genera preguntas sobre credibilidad y responsabilidad. A diferencia de los periodistas tradicionales, muchos creadores de contenido no siguen normas éticas o estándares de verificación rigurosos, lo que puede llevar a la desinformación. Sin embargo, su cercanía con el público y su estilo directo los convierten en fuentes influyentes, especialmente entre audiencias jóvenes que desconfían de los medios convencionales.
Este fenómeno plantea una reflexión importante: ¿estamos ante una democratización de la información o ante un riesgo para la veracidad de las noticias? La inclusión de influencers en la sala de prensa podría diversificar las voces y romper monopolios informativos, pero también podría abrir la puerta a la propagación de narrativas sesgadas o poco verificadas. Para profundizar en esta reflexión, desde INFOVERITAS entrevistamos al catedrático de Periodismo especializado en comunicación política, ciberpolítica y profesionalismo periodístico José Luis Dader (Universidad Complutense de Madrid).
P: ¿Es beneficioso o contraproducente que los influencers puedan informar sobre temas tan relevantes para la sociedad, como la política, sin tener una formación adecuada?
Mi respuesta a esta pregunta es ambivalente. Por una parte, al influencer, como a cualquier ciudadano en una sociedad democrática, le asiste el derecho a la libertad de expresión; es decir, de buscar y difundir información por los canales o cauces que cada persona sea capaz de lograr. A este respecto, las sociedades con acceso al ciberespacio público tienen muchas más posibilidades de recibir y difundir información de las que tenían los individuos anclados en el viejo entorno de los medios de comunicación de masas tradicionales, donde las posibilidades de réplica o participación informativa del ciudadano de a pie eran muy limitadas y las grandes corporaciones mediáticas ejercían un oligopolio muy difícil de contrarrestar.
En defensa también del nuevo papel político-informativo de los influencers (y de cualquier persona que a través de sus cuentas en redes sociales cibernéticas quieran difundir datos, testimonios, comentarios, etc.), cabe añadir que el punto de vista de este tipo de nuevos comunicadores y sus aportaciones informativas pueden suponer un punto de frescura y de originalidad a la hora de explicar o comentar la actualidad política.
En ese sentido, se decía ya hace algunas décadas, cuando aún no habían aparecido las redes sociales cibernéticas, que de acuerdo con la corriente que se llamó «del periodismo cívico» (no confundir con el «periodismo ciudadano», aunque en esto guardaban cierto parecido), mientras las preguntas de los periodistas a un político en una rueda de prensa tendían a girar sobre los mismos aspectos y estaban muy condicionadas por la mentalidad compartida entre políticos y periodistas, las preguntas hechas en esa misma situación por “gente de la calle” resultaban sin duda mucho más simples pero a veces mucho más certeras y necesarias, por estar desentendidas de los sofisticados juegos de poder de las élites interrelacionadas de los medios profesionales y las organizaciones políticas.
Pero, por otro lado, y frente a todo lo anterior, el peligro de la información que pueden aportar a través de sus plataformas los llamados influencers es que, al carecer de criterios profesionales de selección por relevancia y verificación, sus aportaciones pueden -y a menudo son-, mucho menos fidedignas, equilibradas o simplemente confirmables.
La ausencia de criterios de verificación y contraste -que a menudo solo pueden lograrse mediante el trabajo en equipo en el seno de organizaciones profesionales- hace mucho más débil en términos de rigor de verificación y contraste las aportaciones que sobre la actualidad puedan realizar estos “aficionados” de las redes. Esto no significa invalidar las aportaciones muy útiles y enriquecedoras de algunos nuevos “caballeros andantes de las redes sociales”. Pero el “ruido” que aportan muchos otros, cuando no, la desinformación manifiesta de bastantes más, pueden producir un grave daño a la necesidad de información fidedigna y relevante que tenemos en las sociedades democráticas.
Por esas mismas razones, y subrayando que no se trata de prohibir o coartar la libertad de tráfico informativo de los llamados influencers, el papel de organizaciones periodísticas profesionales se revela como más necesario que nunca. Y a la inversa, cabe decir que, a pesar de todos defectos y limitaciones del periodismo profesional, uno de los problemas más serios que afrontan nuestras sociedades democráticas es que un sector cada vez mayor de la población -y especialmente entre los más jóvenes-, han desertado completamente de la información de los medios periodísticos profesionales y solo se nutren de un inverificado mejunje de anécdotas sacadas de contexto, comentarios agresivos o estridentes, datos parciales o manipulados, etc., puestos en circulación por un heterogéneo conjunto de esos que llamo nuevos “cibercaballeros andantes”.
Además de lo anterior, otro problema que está empezando a cuajar con ese nuevo papel de informadores políticos concedido a los influencers es que los candidatos y organizaciones políticas han detectado esa huida de los públicos de las nuevas generaciones hacia el consumo de información de influencers y en consecuencia empiezan a acercarse a ellos e incluso a mimarlos para que se hagan eco de sus campañas, llegando incluso a “alquilarlos” a través de empresas de marketing (que como en las elecciones estadounidenses de 2020 y 2024, y también a distintos niveles en muchos otros países), preparan sus catálogos de influencers según diversas tendencias políticas y los ofrecen -bajo cuerda-, a sus clientes políticos, para que hagan campaña más o menos encubierta a favor de quienes pagan por el servicio.
Hace unos pocos años los analistas de campaña se hicieron muy sensibles al peligro de los bots como mecanismos artificiales y automatizados para expandir en cientos de miles de retuits, etc. la supuesta expansión masiva de los mensajes de un actor político. Sin embargo, esas campañas automatizadas resultan al final relativamente fáciles de detectar y denunciar. Deja en cambio mucho menos rastro un influencer que aparentemente está enviando por propia iniciativa a sus seguidores un mensaje o comentario más o menos favorable a un partido o candidato, cuando en realidad está siendo pagado -bajo cuerda-, por una empresa de marketing a la que a su vez paga -como gastos de campaña-, el político o su partido.
P: ¿En qué lugar quedan los periodistas?
Los periodistas han sufrido en las últimas décadas un paulatino proceso de desprestigio y desinterés -o directamente, marginación en el mercado de la atención de los públicos-, como consecuencia, sin duda, de muchos errores cometidos en tiempos pasados: prepotencia, conchaveo con las élites políticas, sectarismo, sometimiento a grupos de presión y poderes económicos, etc.
Pero por buena parte de las razones expuestas antes, resulta cada vez más necesario que nunca su regreso al protagonismo en la elaboración y garantía de información de actualidad relevante y contrastada. Aun con sus defectos -nunca salvables del todo-, los medios periodísticos profesionales resultan mucho más transparentes ante las audiencias respecto a cuáles son sus dependencias y puntos negros, pero al mismo tiempo tienen mucha mayor capacidad técnica y ética para facilitar una información al público con muchas mayores garantías.
E insisto, sin negar por ello la aportación que puedan hacer los aficionados informantes de las redes sociales cibernéticas.
P: El papel de los influencers se asocia más a narrar temas del día a día, con naturalidad. No temas políticos. ¿No se desvirtúa así la idea de la que nacen estos influenciadores?
Este es otro punto muy interesante del cambio de perspectiva que están introduciendo los influencers, con sus chats y sus podcasts. En primer lugar, está la cuestión de que buena parte de los influencers surgen en las redes con la idea de acotar algún aspecto de la vida cotidiana, aficiones particulares, etc. y crear en torno a su experiencia en esas parcelas una comunidad de seguidores. En esos primeros entornos, la política está ausente y la razón por la que conectan sus seguidores no solo no es política, sino que a menudo se trata de públicos totalmente desinteresados de la política y que por esa misma razón son audiencias en principio casi imposibles de conectar para los políticos en sus campañas. Pero si en esas comunidades de fieles seguidores, que han ido respondiendo a un cultivo prolongado de afinidades afectivas, el influencer empieza de pronto a deslizar algunas alusiones a los temas o enfoques promocionados por algún partido o candidato, sus públicos, en primer lugar, puede que atiendan por primera vez a temas políticos de los que hasta entonces han estado desvinculados.
Y, en segundo lugar, puede que acepten el punto de vista o el «encuadre» que les propone su influencer amigo, por la relación de afinidad que ambas partes sienten que comparten. A partir de aquí surge una nueva paradoja: los equipos de marketing, a la caza y captura de potenciales influencers a los que ganar (o alquilar) para sus campañas dicen preferir a los nanoinfluencers o microinfluencers de cuentas con menos de 10.000 o 5.000 seguidores en contraposición a las supercuentas de quienes tienen millones de seguidores: la relación de los seguidores de las macrocuentas con sus creadores es mucho más impersonal y distante.
Por el contrario, la de los pequeños grupos participan de mucha mayor vinculación y por tanto pueden ser mucho más eficaces a la hora de persuadir mediante alusiones indirectas o esporádicas presentaciones a favor o sutilmente en la línea de los valores y actitudes de un candidato o grupo político.
En tercer lugar, está el cambio radical en la forma de abordar la actualidad en estos nuevos espacios. En efecto, frente a los patrones clásicos del periodismo respecto a la información acotada en párrafos precisos, limpios de adjetivos y estructurados de mayor o menor relevancia (pirámide invertida), los espacios de los influencers aparecen como más atractivos, al abandonar la rigidez de las preguntas y respuestas con contraste de datos y réplicas del periodista, o las informaciones estructuradas a partir de la ordenación de datos o argumentos; y sustituir todo eso por «conversaciones» tal y como hablan las personas comunes y corrientes (con reiteraciones, bucles de opinión, lenguaje vulgar o incluso malsonante, sin ni siquiera vocalizar demasiado, etc.), todo lo cual se valora como «naturalidad narrativa» y lenguaje auténtico.
Todo ello permite a los políticos que se adaptan a estas nuevas reglas, parecer más espontáneos, cercanos y “empáticos”, en sus charlas distendidas con los anfitriones de esos nuevos espacios, evitando en cambio las preguntas difíciles o incómodas apoyadas en un buen trabajo de documentación previa. Así han hecho, por ejemplo, en campañas recientes Pedro Sánchez con La Pija y la Quinqui (2023) o Donald Trump con sus apariciones en diversos «Bropodcasts» o el programa del polémico podcaster Joe Rogan, The Joe Rogan Experience (2024).
P: ¿Cuál será el escenario futuro de los medios de comunicación?
De todo lo anterior se deduce que los influencers y especialmente los nanoinfluencers y microinfluencers ya se han convertido en un nuevo capital del marketing electoral. En Estados Unidos ya en 2020 y mucho más intensamente en 2024 han tenido un enorme protagonismo. Las convenciones de demócratas y republicanos del pasado verano llegaron incluso a reservar un espacio en las instalaciones previstas para el trabajo de los periodistas a una serie de influencers invitados, en la convicción de que las publicaciones que después pudieran difundir estos influencers -y los contactos de cercanía que pudieran establecer con figuras destacadas del partido para futuras comparecencias en sus podcasts-, les resultaban tan interesantes -o más- que las posibles informaciones o reportajes que pudieran generar los periodistas profesionales.
Con un elemento añadido nada desdeñable: mientras los estándares de independencia profesional suelen dictar -al menos en Estados Unidos-, que los corresponsables de los medios asisten a esas convenciones políticas sin aceptar el pago de sus viajes y alojamientos (para evitar la dependencia psicológica que ello podría causar), los influencers escogidos suelen asistir a gastos pagados y tratamiento de “invitados especiales” porque si no, difícilmente asistirían (con la dependencia y mayor facilidad de manipulación que ello puede conllevar).
En España y muchos otros países, de manera más moderada, pero en la misma dirección seguramente este tipo de nuevos informantes de la actualidad política van a convertirse en factor de primer orden en las próximas campañas.